sábado, 6 de enero de 2018

Jesús portador del Espíritu (Mac 1, 7-11)

P. Carlos Cardó SJ
El bautismo de Cristo, óleo sobre lienzo de Andrea del Verrocchio (1472-75), Galería Uffizi, Florencia, Italia
Juan predicaba, diciendo: "Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo". En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían y que el Espíritu Santo descendía sobre él como una paloma; y una voz desde el cielo dijo: "Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección."
Jesús es llamado Cristo, es decir, el Mesías que Israel esperaba, y que había sido prometido a toda la humanidad por boca de los profetas. El último de ellos, Juan Bautista, en quien se cierra el Antiguo Testamento y la larga espera del Salvador, es el mensaje enviado para preparar su inminente venida: Mira, yo envío mi mensajero delante de ti para preparar tu camino (Mal 3,1).
Juan Bautista señala al que ha de venir y remite a sus oyentes a la actuación del Mesías que ya está en medio de su pueblo. No duda en subrayar que Jesús está por encima de él, tanto que no se siente digno de desatarle la correa de sus sandalias, y confiesa la condición mesiánica de Jesús al afirmar que el bautismo con agua que él ofrece no es nada en comparación con el bautismo en el Espíritu Santo que Jesús traerá.
Atestigua, pues, que Jesús es el prometido libertador, descendiente del linaje de David, sobre quien reposará el espíritu del Señor, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de respeto al Señor (Is 11, 1-2).
Jesús mismo reivindicará parea sí la posesión plena del Espíritu divino, presentándose como el  ungido para establecer el reino de justicia, conforme a las profecías de Isaías sobre el Siervo de Yahvé (Is 42, 1; 61, 1-3). Un mundo viejo está por terminar y uno nuevo va a nacer. Juan está en el umbral, señala la entrada que consiste en la conversión o cambio de mente y actitudes.
Con ese encuadre, Marcos presenta de manera sumamente escueta el bautismo de Jesús: Por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el  Jordán. Probablemente este relato circulaba entre las comunidades cristianas antes de que se escribieran los evangelios. Y es seguro que narra un hecho histórico, no inventado, puesto que debió ser muy difícil para los primeros cristianos aceptar, por una parte, que Jesus se había hecho bautizar por Juan, lo cual significa haberse sometido a él, y, por otra parte, haberse puesto como un pecador, ya que el bautismo de Juan era de conversión para el perdón de los pecados (1, 4).
Se trata, además, de un hecho especialmente significativo, razón por la cual los tres evangelistas sinópticos lo traen y el cuarto evangelio, aunque no lo cuenta, pone en labios del Bautista una frase que hace suponer que se conocía la tradición del bautismo de Jesús: Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto que el Espíritu descendía del cielo como una paloma y permanecía sobre él (Jn 1,33).
En el texto de Marcos, el bautismo de Jesús aparece al inicio del evangelio y sirve de ángulo de mira para entender la finalidad especial que tiene este evangelio: ayudar a conocer quién es Jesús. En el Jordán, se nos dice que Jesús es el Mesías, el Cristo, ungido por el Espíritu, y el Hijo amado de Dios, en quien Dios su Padre se complace. 

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