domingo, 14 de enero de 2018

Homilía del II Domingo del Tiempo Ordinario - Vocación de los Primeros Discípulos (Jn 1, 35-42)

P. Carlos Cardó SJ
Llamamiento de los santos Pedro y Andrés, óleo sobre lienzo de Caravaggio (1603-1606), Colección Real del Reino Unido, Palacio de Buckingham, Londres
Estaba Juan Bautista otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: "Este es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué quieren?". Ellos le respondieron: "Rabbí -que traducido significa Maestro- ¿dónde vives?". "Vengan y lo verán", les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro. Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías", que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús.
Jesús lo miró y le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas", que traducido significa Pedro. 
El primer encuentro de los discípulos con Jesús sirve de marco al evangelista Juan para proponer una enseñanza capital sobre la fe cristiana. Ésta no consiste únicamente en la adhesión a una doctrina, a unas normas éticas o a una práctica social. La fe es un encuentro con alguien que viene a nosotros y se nos comunica. Y a partir de ese encuentro, se siente el deseo (y la gracia) de conocerlo cada vez más, imitarlo y seguirlo.
El cuadro de la narración es el siguiente: dos discípulos atraídos por Jesús, se van tras Él. La fe que ha nacido en ellos desde que Juan Bautista les dijo: “Miren el Cordero de Dios”, los ha puesto en movimiento con el deseo de conocerlo y seguirlo. “Seguir”, en el texto bíblico, significa andar tras una persona que señala el camino. La fe es aceptar a alguien como guía de la propia vida.
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscan? (v. 38). Es la pregunta crucial, que todo el que se diga seguidor de Cristo debe plantearse. Porque puede haber diversas motivaciones en la búsqueda de Jesús, algunas de ellas equivocadas: como la de aquellos que se le acercan porque le han visto hacer milagros (Jn 2, 23-25), o porque “comieron pan hasta saciarse” (Jn 6,26). Uno puede creer que sigue a Cristo pero, de manera interesada y, en realidad, buscándose a sí mismo.
Le contestaron: Rabbí (que equivale a “Maestro”)... (v.38). Con este título respetuoso de “Rabbí”, los discípulos indican que toman a Jesús por guía y están dispuestos a oír y seguir sus enseñanzas. En tiempos de Jesús, la relación maestro-discípulo no se limitaba a la transmisión de unos conocimientos o de una doctrina, sino que se aprendía un modo de vivir. La vida del maestro era pauta para la del discípulo.
Maestro, ¿dónde vives? (v. 38b). Los discípulos quieren conocer dónde vive Jesús, cuál es su modo de vivir, para estar cerca de Él y vivir bajo su influjo. Jesús les dijo: Vengan y lo verán (v.39). “Venir” y “ver” son verbos que emplea el evangelista Juan para indicar la experiencia personal fundamental de la que brota la fe. Los discípulos tienen que ver por sí mismos, experimentar la convivencia con el Maestro. En esa experiencia es donde hallarán respuesta a sus búsquedas. Jesús dirá: En donde yo esté, allí también estará mi servidor (12,26). El “lugar” donde está Jesús, donde Dios viene a nuestras vidas, no puede conocerse por mera información, sino por una experiencia personal.
Fueron, pues, vieron dónde vivía y aquel mismo día se quedaron a vivir con él. Era alrededor de las cuatro de la tarde (v. 39). El evangelio precisa que aquello ocurrió a las “cuatro de la tarde”. Detalle importante porque a partir de esa hora todo comenzó y sus vidas quedaron marcadas para siempre. Y hay algo más en esa determinación de la hora en que Jesús llamó a sus primeros discípulos: se trata de un acontecimiento cuya significación trasciende la experiencia personal de aquellos hombres, porque es ahí cuando nace la nueva comunidad.
El encuentro con el Señor y la disposición de seguirlo confiere a la persona una nueva ubicación en la vida: sus criterios, deseos, planes y proyectos, sus relaciones con los demás, con las cosas y con Dios y aun sus más íntimos sentimientos, todo va a ser distinto porque ahora verán todo como Jesús lo ve y van a querer obrar como Jesús obró.
Las dudas y dificultades vendrán –el llamamiento no las suprime– pero lo que los mantendrá perseverantes en el seguimiento del Señor será la memoria agradecida de aquella experiencia primera que iluminó sus vidas para siempre. Podrán decir con San Pablo: Para mí el vivir es Cristo (Filp 1,21).

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