jueves, 7 de septiembre de 2017

Pesca milagrosa y llamamiento de primeros apóstoles (Lc 5, 1-11)

P. Carlos Cardó SJ
Llamamiento de Pedro y Andrés, mural de Gebhard Fugel (1909), coro de la Iglesia de Nuestra Señora de Ravensburg, Alemania
En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud.Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: “Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. Simón replicó: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes”. Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: “¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”. Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.Entonces Jesús le dijo a Simón: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”. Luego llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Lucas pone el llamamiento de los discípulos al comienzo de la actividad pública de Jesús. Esto hace pensar que lo primero de todo en la vida cristiana es sentirse llamados. La fe cristiana, en efecto, no consiste únicamente en asimilar intelectualmente una doctrina o adoptar una actitud moral. Jesús llama a seguirlo, es decir, a aceptarlo como guía, a imitar su modo de ser y proceder y a estar dispuesto a colaborar con Él, entregando lo que uno es y lo que uno tiene. La identificación con él puede llegar hasta poder decir con San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive mí (Gal 2,20).
El pasaje tiene contenido eclesial. La barca con Jesús y los apóstoles simboliza a la Iglesia. Desde ella Jesús predica, de ella baja para sanar a los enfermos, en ella atraviesa el lago de Galilea con sus discípulos y, cuando Él no está, la barca zozobra zarandeada por los vientos y las olas. La barca no puede estar sin Jesús; cuando eso ocurre la envuelve la oscuridad de la noche y queda expuesta a la tempestad.
Y puede ocurrir también que Jesús esté en ella pero como ausente, dormido en el cabezal, y ellos tengan miedo porque su fe es escasa. Hay aquí una invitación a reconocer a Cristo en  la Iglesia tal como es: comunidad de pecadores, solidaridad de debilidades. En la Iglesia aparece lo que somos y lo que él hace por nosotros: nos congrega, sana y alimenta, nos hace comunidad abierta a los que sufren, y a ellos nos envía para repetir sus gestos, signos de su reino.
Los pescadores estaban lavando las redes. La llamada se recibe en la vida ordinaria. No hay que imaginarse cosas extraordinarias. El Señor nos habla en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o prosaica que nos parezca: mientras se está pescando como Simón y sus compañeros, o se está contando dinero como Mateo en su mesa de recaudador de impuestos. Incluso se puede estar haciendo cosas contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.
Dice Jesús a Pedro: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar”. Han pasado una mala noche de fatiga inútil. La orden de Jesús a pescadores profesionales podría parecerles ofensiva; ellos saben cuándo y dónde se echa la red, por eso su respuesta: Maestro toda la noche nos la hemos pasado bregando sin pescar nada…
La noche simboliza la ausencia de Jesús. Sin el Señor, la actividad es infecunda. Porque sin mí, no pueden hacer nada (Jn 15,5). También resulta así cuando sólo se confía en los propios medios y habilidades. Ellos serán muy diestros pescadores, pero el hecho es que no saben dónde echar la red en esas circunstancias. Tendrán que aprender a no confiar sólo en sí mismos. Pronto revelarán su impotencia para la tarea que el Señor les va a encomendar.
Cuando, como Pedro, reconozcan que es el Señor quien hace crecer y fructificar, entonces producirán frutos. Sobre tu palabra echaré la red. Sólo con los medios de que dispone, no podrá obtener los resultados que se esperan; basándose en la palabra del Señor, confiando en ella y obrando como ella enseña, el cristiano y la comunidad pueden estar seguros del fruto de su empeño.
Capturaron gran cantidad de peces… La abundante pesca, expuesta de forma enigmática por el empleo del término multitud, alude a la entera comunidad de fieles, reunidos por medio de la predicación y de los esfuerzos apostólicos. Y a pesar de ser tantos los ganados para la causa de Cristo en la Iglesia, la red no se rompe, porque cuenta con las promesas de Jesús
Al ver esto Simón Pedro se postró a los pies de Jesús diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un pecador. Ante la magnitud del favor recibido, Pedro reconoce su propia condición de pecador. La magnanimidad del Señor le lleva a apreciar su propia pequeñez. Expresa su gratitud en forma de deseo de conversión y de perdón.
-No temas, desde ahora serás pescador de hombres, le dice Jesús. La comunidad, representada por Pedro, recibe la llamada a la misión. En la pesca está prefigurada la misión que se inicia en Galilea y que ha de llegar hasta el confín del mundo.
Ellos, dejándolo todo, lo siguieron.

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