viernes, 21 de julio de 2017

El Hijo del hombre señor del sábado (Mt 12, 1-8)

P. Carlos Cardó, SJ
Jesús conversa con los doctores de la ley, ilustración de Alexandre Bida publicada en “La Vida Evangélica de Jesús, con ilustraciones de Bida”. Editado por Edward Eggleston. New York: Fords, Howard, & Hulbert, 1874. 
Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con Él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos. Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: "Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado". Él les contestó: "¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes? ¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo. Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado".
El texto está en relación con el anterior de la llamada de Jesús a los que andan cansados y agobiados por una religión que oprime las conciencias con el legalismo y sofoca la libertad. Quiere hacer ver que lo importante es el espíritu, no la materialidad de la ley.
La escena es muy sencilla. Los discípulos de Jesús atraviesan con Él un sembrado en día sábado. Tienen hambre, arrancan espigas de trigo y se comen los granos. Un grupo de fariseos observan y reaccionan emplazando a Jesús como responsable del grupo: ¿No te das cuenta que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado? Representan a los sabios y prudentes que pueden conocer lo que está mandado, pero no conocen a Dios ni ayudan a la gente a encontrarse con Él. Se consideran los puros, con derecho a controlar la conducta de la gente  y oprimen a los demás en la red de preceptos y prohibiciones que han tejido, y que a ellos también oprimen. Su mayor preocupación era que todo el mundo cumpliera con el mandato del descanso en día sábado, y para garantizar su cumplimiento, habían especificado con exactitud treinta y nueve obras que estaban prohibidas en sábado.
Para responder, Jesús emplea el estilo rabínico de argumentación a base de citas de la Escritura, y concluye diciendo que Él está por encima del templo y del sábado y con esta autoridad declara que las instituciones religiosas, aun la más sagrada de ellas que es el templo y las leyes, aun la más sagrada de ellas que es la del sábado, están al servicio de las personas, para ayudarlas a encontrarse con Dios, no para oprimirlas.
La autoridad con que da este giro fundamental a la práctica de la religión y de la moral aparece como entrelíneas, entretejida en la relación que hay entre su persona y los temas santos de la Escritura que toca en su argumentación: la realeza de David, el templo, los panes de la ofrenda, el descanso sabático y las prerrogativas de los sacerdotes
En primer lugar, está la alusión a David, el rey santo, que prefigura al Mesías-rey por venir. Jesús es descendiente suyo, heredero de su trono, pero quien llevará a plenitud el significado y contenido de la realeza de Dios. En segundo lugar, el templo, la casa de Dios. Jesús es el nuevo templo; en él y por él el hombre tiene acceso real y directo a lo sagrado, porque él es la morada de Dios con nosotros, Emmanuel. El nuevo templo, que es su cuerpo, será destruido en la cruz, pero se levantará glorioso en la resurrección.
Los panes llamados de la proposición se guardaban en el Tabernáculo y simbolizaban la comunión ininterrumpida del pueblo con Dios, autor de los bienes de que gozaba Israel; se renovaban cada semana y sólo los podían consumir los sacerdotes. Esos panes eran un tímido anuncio del verdadero pan del cielo, que es el cuerpo de Jesús entregado para que quien lo coma tenga vida eterna.
Por último, los sacerdotes: eran los que tenían acceso al tabernáculo y ofrecían a Dios los sacrificios de alabanza o de expiación, para lo cual eran ungidos con aceite (Ex 29,7). Con Jesús se abre para todos el acceso a Dios. Él es el ungido y consagrado, capaz de ofrecer el único sacrificio que borra los pecados del mundo y une a Dios con nosotros.
En la argumentación de Jesús se ve que la presencia de David fue la que legitimó la acción que realizaron sus compañeros de comer los panes que sólo podían comer los sacerdotes. Asimismo, la presencia de Jesús es lo que legitima la acción de sus discípulos que está prohibida en sábado.
En el caso siguiente, Moisés exoneró a los sacerdotes del descanso sabático porque se dedicaban al cuidado del templo, que está por encima del sábado. Por su parte, Jesús, declarando su superioridad sobre el templo, hace ver que tiene autoridad para permitir que sus discípulos coman espigas en sábado. Y para cerrar su argumentación, Jesús cita al profeta Oseas que afirmó la superioridad del culto espiritual sobre el culto ritual (Os 6,6). 
Con ello demostraba que los fariseos no cumplían la voluntad de Dios revelada al profeta. Ellos exigían la observancia rigurosa de prescripciones y tradiciones humanas, pero descuidaban el mandamiento del amor misericordioso. Jesús, en cambio, obra como Dios quiere: poniendo por encima de todo la misericordia, cumple su voluntad. Y para que esto quede claro, sintetiza todo lo dicho con la afirmación: El Hijo del hombre es señor del sábado. Si algo es superior al sábado eso sólo es Dios. Jesús reivindica para sí tal superioridad, y con esa autoridad relativiza todas las leyes religiosas, subordinándolas a lo más importante en la vida: el amor misericordioso al prójimo.

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