lunes, 5 de junio de 2017

Parábola de los viñadores homicidas (Mc 12, 1-12)

P. Carlos Cardó, SJ
Parábola de los viñadores infieles, óleo sobre tabla de Abel Grimmer (1611), Museo del Prado, Madrid, España
En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos y les dijo: "Un hombre plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó una torre para el vigilante, se la alquiló a unos viñadores y se fue de viaje al extranjero. A su tiempo, les envió a los viñadores a un criado para recoger su parte del fruto de la viña. Ellos se apoderaron de él, lo golpearon y lo devolvieron sin nada. Les envió otro criado, pero ellos lo descalabraron y lo insultaron. Volvió a enviarles a otro y lo mataron. Les envió otros muchos y los golpearon o los mataron. Ya sólo le quedaba por enviar a uno, su hijo querido, y finalmente también se lo envió, pensando: ‘A mi hijo sí lo respetarán’. Pero al verlo llegar, aquellos viñadores se dijeron: ‘Éste es el heredero; vamos a matarlo y la herencia será nuestra’. Se apoderaron de él, lo mataron y arrojaron su cuerpo fuera de la viña. ¿Qué hará entonces el dueño de la viña? Vendrá y acabará con esos viñadores y dará la viña a otros. ¿Acaso no han leído en las Escrituras: La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente?"
Entonces los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos, quisieron apoderarse de Jesús, porque se dieron cuenta de que por ellos había dicho aquella parábola, pero le tuvieron miedo a la multitud, dejaron a Jesús y se fueron de ahí.
La expulsión de los mercaderes del templo hecha por Jesús a la vista de los sumos sacerdotes y los doctores de la ley ha sido interpretada por ellos como una acción provocadora. Se han puesto entonces a buscar el modo de acabar con Él. Jesús advierte una vez más que serán capaces de levantar contra él al pueblo para darle muerte, consumando así la ruptura de Israel con el Dios que lo escogió para ser luz de las naciones. Se quedarán así fuera de la nueva alianza que Dios tiene preparada para el tiempo fijado.
En ese contexto, Marcos relata la parábola de los viñadores homicidas. La narra resaltando más que Mateo (21,33-46) y Lucas (20, 9-19) su aspecto cristológico: no concentra su atención en el plan de Dios rechazado por Israel, sino en la figura del heredero, designado como el hijo amado, el predilecto  –al igual que en el bautismo (Mc 1,1) y la transfiguración (Mc 9,7)– y cuya muerte cruenta cambiará el destino histórico de Israel y será fuente de vida eterna para cuantos creen en él.
La hostilidad tremenda de los viñadores contra los enviados por el señor de la viña aparece in crescendo: golpean, ultrajan, asesinan. Como imagen de Jesús, el hijo amado será ultrajado, golpeado y asesinado por los que han pretendido adueñarse de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña con esos viñadores?, es la pregunta en la que confluye todo el relato. La Biblia da una respuesta en el canto de Isaías 5, que Marcos cita: Dios juzga y castiga la infidelidad de su pueblo. Pero el relato evangélico va más allá: por rechazar al Hijo de Dios, anunciador y portador del Reino, el pueblo de la antigua alianza perderá su rol histórico, quedarán superados los privilegios raciales y culturales del judaísmo y la salvación será ofrecida a los extranjeros.
La cita del Salmo 118, aplicado a Cristo, ilumina este planteamiento y lo amplía aún más de manera inimaginable. Hace ver que Jesús es la piedra rechazada por los arquitectos que ha venido a convertirse en la piedra angular de la que todo depende. Debe, por tanto, ser reconocida y aceptada. Cristo resucitado será la piedra angular del nuevo templo que Dios construirá, la humanidad nueva. El plan de Dios, lejos de ser anulado por la maldad de los hombres, se realizará.
Los sumos sacerdotes y doctores que escuchan la parábola entienden muy bien sus imágenes, pues tienen resonancias bíblicas que ellos conocen: la viña es el pueblo de Dios; su dueño es el mismo Dios; los viñadores son ellos, los jefes del pueblo; los siervos enviados son los profetas; los frutos que se esperan son la fidelidad a la alianza; el hijo resulta ser Jesús, pues así se ha presentado ante ellos; y los otros a quienes se les dará la viña son los gentiles. Vieron, pues, que la parábola iba dirigida a ellos. Quisieron capturarlo, pero lo dejaron y se fueron porque temieron a la gente.
Según la mentalidad judía de la época, respaldada por diversos pasajes de la Escritura, y que el mismo Jesús expresa (pero que Mateo pone en labios de los judíos y no de Jesús. Cr. Mt  21,41), no se podía esperar sino el castigo divino contra esos malvados que darían muerte al Hijo inocente.
Sin embargo, los pensamientos de Dios se revelarán más tarde, en la pasión de Jesús. Allí quedará de manifiesto que el Dios de Jesús no piensa en penas contra culpas ni en castigos contra delitos, no se queda en la lógica de la justicia humana vindicativa de dar a cada cual lo que se merece, no sabe lo que es vengarse ni puede dejar de amar, pues no sería Dios, sino un simple hombre. Su justicia es de otro orden: hace triunfar el amor sobre la maldad. Eso significa que la piedra descartada por los hombres se convierta en piedra angular.
En su Hijo muerto, Dios hará triunfar su amor salvador como oferta última, extremada, para la salvación de los perdidos, de los rechazados y aun de sus propios verdugos. Si fuese sólo un hombre se quedaría en la sentencia de condenación. Por ser Dios, hace que del mismo mal cometido por ellos surja triunfante la vida. Esto lo entenderán los discípulos en la mañana de la resurrección. 
La parábola debe hacer pensar también a la comunidad cristiana, pues en el comportamiento de sus miembros y de sus instituciones puede reproducir la misma pretensión de los judíos del tiempo de Jesús de poseer el reino de Dios o de hacerlo depender de los méritos propios. La Iglesia no puede olvidar que está más bien a su servicio. Por eso, peregrina hacia Él, ella se ha de esforzar por anunciar a todos la salvación y ofrecer en medio del mundo un espacio de misericordia en el que todos pueden ser acogidos.

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