jueves, 8 de junio de 2017

Padre, aleja de mí este cáliz (Mt 26, 36-42)

P. Carlos Cardó, SJ
Agonía en el huerto, temple sobre tabla de Andrea Mantegna (1455), Galería Nacional de Londres
Llegó Jesús con sus discípulos a un lugar llamado Getsemaní y les dijo: «Siéntense aquí, mientras yo voy más allá a orar.» Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo: «Siento una tristeza de muerte. Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos.»
Fue un poco más adelante y, postrándose hasta tocar la tierra con su cara, oró así: «Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.» Volvió donde sus discípulos, y los halló dormidos; y dijo a Pedro: «¿De modo que no pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo? Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil.»
De nuevo se apartó por segunda vez a orar: «Padre, si esta copa no puede ser apartada de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad.»
La oración de Jesús en el Huerto de los Olivos debió significar para los primeros cristianos uno de los episodios más difíciles de comprender y de aceptar de la vida de Jesús. Si lo consignaron en los evangelios esto es una prueba más de la credibilidad que merecen sus autores, pues obraron con absoluta honestidad, consignando todo el contenido del mensaje que recogieron de los primeros testigos, sin deformarlo ni reducirlo.
Si al relato de Getsemaní se unen otros textos del Nuevo Testimonio como el de Juan: Ahora mi alma está turbada, ¿y qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo, pues precisamente para esta hora he venido (Jn 12,26), y el de Hebreos: El mismo Cristo en los días de su vida mortal, presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a su actitud reverente (Hebr 5,7), se puede concluir que el episodio de Getsemaní es histórico, testimoniado por diversas fuentes, y que ciertamente hubo un momento en la vida de Jesús en que, consciente del drama que le esperaba, pidió a Dios que lo librara.
La humanidad de Jesús se estremece ante la muerte. El amor a la vida, connatural a la naturaleza humana, le hace reaccionar violentamente contra la muerte. Pero por encima de esto, obra en Él la absoluta confianza que ha puesto en su Padre, y resuelve el trance con su obediencia filial a la voluntad de quien lo ha enviado al mundo para mostrar un amor que no se detiene ni ante la muerte para salvar a todos sus hijos e hijas.
La pasión y muerte no fueron para Jesús un destino inexorable, frente al cual no le cabía otra salida que la resignación pasiva y desesperada. Jesús opta y se mantiene fiel al camino que ha seguido de demostrar al mundo que el amor es capaz de convertir la maldad en perdón, reconciliación y vida. Optó por seguir amando con el mayor amor que consiste en dar la vida por quienes ama, es decir, por todos, incluidos aquellos que, guiados por Judas, se acercan ya con espadas y palos a prenderlo.
La Iglesia contempla a su Señor en agonía, en combate interior, lleno de tristeza y angustia. También a ella como institución y al cristiano particular les toca tener que beber el cáliz amargo de pruebas y persecuciones, incomprensiones y rechazos. El ejemplo del Señor del Huerto los fortalecerá. Hay que velar con Él y orar. La oración confiada y la vigilancia atenta son el camino para superar la crisis. Velen y oren para que puedan afrontar la prueba.
Esto es sin duda lo más importante en el relato de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. La intención del evangelista Mateo al redactarlo no fue inducirnos a reflexionar  conceptualmente sobre la crisis humana que Jesus vivió allí, sino iluminar los momentos oscuros que aguardan al creyente y a la comunidad cristiana. Como preparación para ellos, el evangelio nos mueve a la empatía con Cristo, mediante el recogimiento y la meditación, que hacen posible la apropiación de los sentimientos y actitudes que Él demuestra. Sólo así el evangelio conmueve, despierta, fortalece, cuando lo leemos como la palabra viva de alguien que está a nuestro lado y nos mueve a reconocer –como decía San Bernardo en sus meditaciones sobre la pasión– «¡Cuántas veces te vuelves a nosotros y nos encuentras durmiendo».


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