lunes, 1 de mayo de 2017

El pan que da vida eterna (Jn 6, 22-29)

P. Carlos Cardó, SJ
Cesta con pan, óleo sobre lienzo de Salvador Dalí (1945), Teatro-Museo Dalí, Figueres, Girona, España
Después de la multiplicación de los panes, cuando Jesús dio de comer a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la multitud, que estaba en la otra orilla del lago, se dio cuenta de que allí no había más que una sola barca y de que Jesús no se había embarcado con sus discípulos, sino que éstos habían partido solos. En eso llegaron otras barcas desde Tiberíades al lugar donde la multitud había comido el pan. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús.Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste acá?" Jesús les contestó: "Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello". Ellos le dijeron: "¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?" Respondió Jesús: "La obra de Dios consiste en que crean en aquel a quien él ha enviado".
Llegados a Cafarnaúm, después de la multiplicación de los panes, Jesús y los discípulos ven que se vuelve a reunir mucha gente. Le llevan sus enfermos para que los cure y porque han oído hablar del milagro del pan con el que Jesús había dado de comer a unos cinco mil hombres. Quieren únicamente asegurarse la vida material; todavía no han comprendido que la vida verdadera consiste en estar con Él y vivir como Él, que se hace pan para resolver el problema de los hermanos.
Sin embargo, el título de Maestro que le atribuyen refleja el respeto con que lo tratan por la autoridad con que enseña y por los signos con que la refrenda. Rabbí, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces si Dios no está con Él, había declarado el maestro fariseo Nicodemo cuando lo fue a ver de noche (Jn 3, 2).
Jesús acepta el título de Rabbi y ejerce como tal. En este caso se pone rápidamente a explicar a la gente que no pueden quedarse en la admiración del aspecto físico del signo del pan, ni en el mero hecho de haber comido hasta saciarse. Eso los lleva a tratarlo como un personaje poderoso del cual dependen y a establecer con Él una relación meramente política, como fue el haberlo querido proclamar rey. Por eso les aclara: Les aseguro que no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse. Esfuércense por conseguir no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna.
Con el largo discurso sobre el Pan de Vida, que vendrá a continuación, quedará claro que la multiplicación de los panes fue un signo de su poder de dar vida, pero sobre todo fue el signo de su palabra y de su carne ofrecida como alimento que da vida eterna. Se  puede buscar a Jesús para pedirle el pan material o porque se ha visto en el “pan” el “signo” del Enviado del Padre que ha descendido del cielo para darse a sí mismo, a fin de que quien lo coma tenga vida eterna. Y que tiene el poder para ello, el mismo Jesús lo explica: porque Dios su Padre lo ha acreditado con su sello.
En el diálogo con la Samaritana (Jn 4) Jesús señaló el contraste entre el agua que calma la sed temporalmente y el agua que sacia plenamente y que se convertirá en el interior de quien la beba en un manantial que salta hasta la vida eterna (Jn 7). Asimismo, en el presente texto, Jesús contrapone el alimento transitorio y el permanente, el que da la vida eterna.
El agua con que Dios sacia gratuitamente a los sedientos y el alimento exquisito que no se compra con dinero aparecen en Isaías (55, 1-5) como símbolos de la alianza que une a Dios con su pueblo y del amor fiel que tiene al pueblo de David. En labios de Jesús dichos símbolos remiten a la vida divina que se transmite por medio de la fe y al don del Hijo del hombre que es su cuerpo entregado por nuestra salvación.
Jesús ha llevado a sus oyentes a comprender que deben pasar de la preocupación por el alimento que sostiene la vida material al deseo del pan que da una vida sin término al que lo coma. Le preguntan qué deben hacer para lograrlo y Él les responde que deben tener fe.
Los Hechos de los Apóstoles (16, 23-31) refieren un hecho muy semejante, ocurrido en la naciente Iglesia. Pablo y Silas están en la cárcel. De pronto un terremoto abre las puertas y hace saltar las cadenas de todos los presos. El carcelero al ver lo ocurrido ha querido suicidarse por el temor a las consecuencias, pero Pablo y Silas se lo han impedido. Entonces, tembloroso, se arroja a sus pies y les dice: Señor, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Si crees en el Señor Jesús te salvarás tú y tu familia. Los oyentes de Jesús le preguntan ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere? Y él les responde: Esto es lo que Dios espera de ustedes: que crean en aquel que él envió.
Creer en Jesús es adherirse a Él, asimilar su vida, su modo de proceder. Su persona se convierte en el motivo central de todas las búsquedas y proyectos personales, el horizonte de la propia realización personal y de las relaciones en sociedad. Jesús se hace el centro, lo más importante en la vida, se vive de Él. Por eso Jesús se identificó con el pan y el pan que se comparte se hace el símbolo de la vida verdadera. 

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