viernes, 17 de marzo de 2017

Los viñadores homicidas (Mt 21,33-43)

P. Carlos Cardó, SJ
Parábola de los viñadores infieles, óleo sobre tabla de Abel Grimmer (1611), Museo del Prado, Madrid
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo esta parábola: "Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo. Por último, les mandó a su propio hijo, pensando: ‘A mi hijo lo respetarán’.
Pero cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: `Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia’. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.Ahora díganme: Cuando vuelva el dueño del viñedo, ¿qué hará con esos viñadores?" Ellos le respondieron: "Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores, que le entreguen los frutos a su tiempo".Entonces Jesús les dijo: "¿No han leído nunca en la Escritura: La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra del Señor y es un prodigio admirable?Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos".
La parábola pone de relieve el amor indulgente y misericordioso que tiene Dios a la humanidad, representada en su viña: “la plantó... la rodeó con una cerca... cavó... construyó un lagar...la arrendó... se marchó”. Pero a la bondad de Dios, la humanidad responde con gestos de envidia, avaricia y hostilidad.
Después de plantar su viña con tanta solicitud, el dueño del campo la confió a unos viñadores para que colaboraran en la obra iniciada por él y la cultivaran como él lo había hecho, con la esperanza de recoger buenos frutos. Los viñadores representan a los oyentes e interlocutores de Jesús, en particular, a los jefes del pueblo.
Llegado el tiempo de la cosecha, envió a sus criados para recoger el fruto, pero la respuesta de los labradores a los enviados del señor fue de una violencia tremenda: “a uno lo apalearon, a otro lo mataron, al tercero lo apedrearon”. El señor envío a más criados, pero los campesinos reaccionaron con igual ingratitud y crueldad. El dueño de la viña decidió jugarse la última carta que le quedaba: enviar a su propio hijo, pensando que a él sí lo respetarían. ¡Pero nada de eso! Los labradores lo arrojaron fuera de la viña, le dieron muerte y decidieron quedarse con la herencia.
Terminada la parábola, Jesús interpela a sus oyentes. El recurso literario de la parábola, busca que los oyentes se involucren en el relato y den al instante una respuesta. Jesús les pregunta qué hará el señor de la viña con esos viñadores, pero en el fondo les está preguntando qué juicio se merecen ellos mismos por lo que están haciendo con él.
Los espectadores responden diciendo que el delito merece la más severa condena. Es la misma respuesta que dio David al profeta Natán cuando le habló del pecado que había cometido. El que ha hecho eso es reo de muerte, dijo David (2 Sam 12, 5). Matará sin compasión a esos viñadores y arrendará la viña a otros, dicen los oyentes de Jesús. Así se suele pensar: que Dios puede ser más violento que los malvados y que la venganza triunfa.
Pero Dios no es vengativo, no devuelve mal por mal, sino que lo restaura todo con su amor que salva. En este sentido, la parábola, además del mensaje del llamamiento de otros pueblos que darán mejores frutos que el pueblo de Israel, señala el núcleo central de nuestra fe: la entrega del Hijo demuestra el amor incondicional de Dios por nosotros. En la cruz de Jesús se revela hasta qué horrores puede llegar la maldad humana y hasta qué extremos de bondad puede llegar el amor de Dios para vencer el mal con el bien. Nuestro mal descarga toda su carga mortífera dando muerte al Autor de la vida. Dios se manifiesta como el amor omnipotente que, resucitando a su Hijo, hace de su muerte fuente de vida eterna.
Los oyentes de la parábola representan al Israel que no aceptó el mensaje de Jesús, y movido por sus dirigentes terminó dándole muerte. Según la mentalidad de la época, respaldada por algunos pasajes del Antiguo Testamento, la consecuencia de eso debía ser la de un castigo divino. Sin embargo, lo que ocurre más bien es que a su pueblo que lo rechaza, Dios le entrega a su “Hijo querido”. Por su parte, Jesús, el Hijo, asumiendo como propia la voluntad de su Padre y poniendo toda su confianza en Él, acepta libremente su pasión, llevando su amor hasta el extremo.
Por eso los cristianos vemos su muerte no como un simple asesinato político religioso ni como el resultado de un destino ciego, sino como un verdadero sacrificio, una entrega de la propia vida, que revela hasta dónde es capaz de llegar el amor solidario de Dios su Padre, y el suyo propio, para que nadie se pierda.
Esta adhesión de Jesús a la voluntad salvadora del Padre se muestra de modo claro en las  palabras que pronunció antes de su pasión, tal como están recogidas en el evangelio de Juan: “Ahora me encuentro profundamente angustiado, ¿pero qué puedo decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora. Padre glorifica tu nombre. Entonces se oyó una voz venida del cielo: - Yo lo he glorificado y lo volveré a glorificar” (Jn 12, 27-28).  
Y con esta confianza de que el Padre saldría en su favor y pondría de manifiesto el valor salvador de su entrega por nosotros, Jesús morirá exclamando: “Todo está cumplido” (Jn 19,30). “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

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