martes, 17 de enero de 2017

"El Hijo del hombre es señor del sábado" (Marcos 2, 23-28)

P. Carlos Cardó, SJ
La pregunta de los fariseos. Acuarela de James Tissot (1886), Museo de Brooklyn, Nueva York
Un sábado, Jesús iba caminando entre los sembrados, y sus discípulos comenzaron a arrancar espigas al pasar. Entonces los fariseos le preguntaron: "¿Por qué hacen tus discípulos algo que no está permitido hacer en sábado?". Él les respondió: "¿No han leído acaso lo que hizo David una vez que tuvo necesidad y padecían hambre él y sus compañeros? Entró en la casa de Dios, en tiempos del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes sagrados, que sólo podían comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros". Luego añadió Jesús: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre también es dueño del sábado".
El marco del relato es el siguiente: los discípulos de Jesús atraviesan un campo y sienten hambre. Recogen unas espigas de trigo, las restriegan entre las manos y comen los granos. Este simple hecho escandaliza a los fariseos: ¡hacen en sábado lo que no está permitido! Jesús aprovecha la ocasión para defender la libertad y amplitud de espíritu que quiere que tengan sus discípulos.
La ley está al servicio de la persona humana, no está dada para oprimir. Por eso, ante la necesidad, la ley cede; no es un absoluto. Para demostrarlo, Jesús argumenta poniendo el ejemplo de David que entró en el santuario, tomó los panes consagrados –que sólo podían comer los sacerdotes– y comió él y sus soldados porque tenían hambre (Cf. 1Sam 21, 2-7).
Recordaba así a los fariseos que la necesidad humana estaba por encima incluso del culto y de lo referente al templo. Puede dejarse el sentido literal de la ley cuando lo exige una necesidad más elevada. Las normas son para orientar en las relaciones con Dios y con los demás, pero por encima están las necesidades vitales.
A partir de esa enseñanza, Jesús pasa a tratar el tema del sábado. Moisés, inspirado por Dios, había dejado a los israelitas este precepto: Durante seis días trabajarás y harás todos tus trabajos. Pero el día séptimo es día de descanso en honor del Señor tu Dios. No harás en él trabajo alguno ni tú, ni tus hijos, ni tus siervos, ni tu ganado, ni el extranjero que habita contigo.
El descanso, por tanto, no había sido impuesto como una prueba, como un deber riguroso, sino como un recurso humano para asegurarle a todos, judíos y no judíos, libres o esclavos que pudieran tener un día semanal para reparar las fuerzas, estar en familia, y, sobre todo, honrar a Dios recordando el descanso que tuvo el Creador al concluir su obra (Ex 20, 8-11), y acordándose de que fueron esclavos en Egipto y el Señor los liberó (Dt 5,12-15).
Por su significación y por su contenido de memorial, el sábado pasó a convertirse en un elemento fundamental de la espiritualidad judía, hasta hoy, la espiritualidad del Shabat. El descanso sabático es una solemne proclamación de la identidad del judío y de su nación: identidad de hijos y pueblo de la alianza, que vale no por lo que produce o posee sino por lo que es.
El sábado recuerda a los israelitas que no son simples ciudadanos, trabajadores, o consumidores. El Shabat no es una simple costumbre ni un simple medio para el ordenamiento social del trabajo mediante el descanso obligatorio, sino la afirmación pública y rotunda de que Israel es el pueblo de Dios, que obra según Dios.
Sin embargo, en tiempos de Jesús la espiritualidad del Shabat había quedado  deformada por el rigorismo y la intransigencia de los rabinos fariseos. El precepto del sábado que en su origen había tenido un fuerte sentido liberador, al asegurar a todos el descanso semanal, y que era día santo para honrar a Dios, se había convertido en una ley opresora. Jesús no sólo devuelve a la práctica del descanso sabático su verdadero sentido, sino que con su afirmación: El sábado está hecho para el hombre, pone al sábado en relación y al servicio del hombre. Como todas las observancias morales, ritos, celebraciones liturgias y prácticas religiosas, por medio de las cuales se expresa la fe, tampoco el sábado es un fin en sí mismo. Todo ello es medio al servicio del ser humano.
Finalmente, la declaración: El Hijo del hombre es señor también del sábado, debió sonar a los oídos de los dirigentes del pueblo como una pretensión insoportable. En el evangelio de Juan aparece claro: perseguían a Jesús porque hacía obras como éstas (curar a un paralítico) en día sábado, pero Jesús les replicó: Mi Padre no cesa de trabajar hasta ahora y yo también trabajo. En vista de esto trataban de matarlo porque no sólo no respetaba el sábado sino que además decía que Dios era su Padre, y se hacía igual a Dios (Jn 5,19).
Jesús, por tanto, no trasgrede el sábado sino que lo supera, haciendo lo que hace Dios, su padre. En adelante, Jesús es quien transmite la identidad al nuevo pueblo de Israel y quien realiza la verdadera y plena liberación. Queda atrás el sábado como signo y recuerdo. Se ha hecho realidad aquello de lo que el sábado era signo. Se ha inaugurado con Jesús el definitivo séptimo día, día del encuentro de Dios con sus hijos, sábado eterno, tiempo de gracia y salvación en que se cumple lo anunciado: Habitaré en ellos y caminaré junto a ellos (Lv 26,12; 2Cor 6,16). 

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