jueves, 26 de enero de 2017

El envío de los 72 discípulos (Lc 10, 1-12.17-20)

P. Carlos Cardó, SJ
Los envió de dos en dos, acuarela de James Tissot (1886-1894), Museo de Brroklyn, Nueva York
Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde Él había de ir. Y les dijo: «La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Vayan; miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven bolsa, ni morral, ni sandalias. Y no saluden a nadie en el camino. En la casa a la que entren, digan primero: ‘Paz a esta casa’. Y si hubiese allí un hijo de paz, la paz de ustedes reposará sobre él; si no, se volverá a ustedes. Permanezcan en la misma casa, coman y beban lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. En la ciudad en que entren y los reciban, coman lo que les den; curen a los enfermos que haya en ella, y díganles: `El Reino de Dios está cerca de ustedes’. En la ciudad en que entren y no los reciban, salgan a sus plazas y díganles: Sacudimos sobre ustedes hasta el polvo de su ciudad que se nos ha pegado a los pies. Sepan, de todas formas, que el Reino de Dios está cerca. Les digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para aquella ciudad».
Regresaron los setenta y dos, y dijeron alegres: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Miren, les he dado el poder de pisar sobre serpientes y escorpiones y sobre todo poder del enemigo, y nada les podrá hacer daño; pero no se alegren de que los espíritus se les sometan; alégrense de que sus nombres estén escritos en los cielos.»
La mies es mucha y los obreros pocos. La frase de Jesús contiene una llamada a colaborar –cada cual en su propio estado de vida– en la misión de llevar el evangelio al mundo. De modo particular la frase hace tomar conciencia del problema de la falta de vocaciones para el sacerdocio y para los servicios que en la Iglesia requieren una dedicación especial. Sin oración al Señor de la mies, sin familias que valoren la vocación de sus hijos y sin el testimonio vivo de los propios sacerdotes, religiosos y laicos, el problema seguirá.
Para realizar su obra Jesús necesita colaboradores. Por eso designó y envió discípulos y discípulas. El número 72 simboliza una totalidad: todos los que creemos en Cristo somos apóstoles, discípulos y misioneros. La misión es cosa de todos y para todos.
Las instrucciones que da Jesús a los discípulos se abren con una sentencia  que da sentido a todo el conjunto: miren que yo los envío como corderos en medio de lobos. Las perspectivas no son halagüeñas, las circunstancias son adversas, pocos obreros, riesgos y peligros, tiempo breve. El mundo al que Jesús envía es complejo y siempre ha habido y habrá obstáculos sin fin.
Una experiencia común a muchos cristianos que se han decidido a encarnar los valores evangélicos en sus vidas, y a transmitirlos, es ver que pronto o tarde se hacen objeto de críticas e incomprensiones, se les trata con desdén y aun desprecio y se les retira la amistad. Nunca ha sido fácil vivir auténticamente el cristianismo. Cuando esto ocurre, el cristiano se acuerda de las palabras del Señor: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan ánimo, yo he vencido al mundo (Jn 16,33).
Las instrucciones que dio Jesús a los 72 discípulos antes de enviarlos en misión se pueden sintetizar en dos actitudes fundamentales: vivir con sencillez y llevar la paz. A ejemplo del Señor y en solidaridad con los hermanos necesitados, el cristiano auténtico asume un estilo de vida sobrio y sencillo, porque tiene puesta su confianza no en el dinero sino en Jesucristo. Sólo así la evangelización dará fruto. Porque si nuestra oración, nuestra vida litúrgica y nuestro hablar de Dios expresan nuestra fe, el estilo de vida que llevamos la hace creíble.
No llevar bolsa ni morral ni sandalias significa desterrar la ambición que nace de pensar que el dinero es el valor supremo en la vida, para poner toda la confianza en Dios y en la promesa de su reino. Quien vive esto es capaz de servir libre y desinteresadamente: libre de todo interés temporal para no entrar en componendas ni negociaciones que contradigan los valores del evangelio; libre para dirigirse a su meta sin siquiera detenerse a saludar a nadie por el camino, libre para no buscarse a sí mismo sino a Jesucristo y el bien de los demás -¡libre para amar, libre para servir!
La segunda actitud que han de tener los discípulos es la paz. Quien se ha identificado con el Señor siente dentro de sí una profunda paz y sabe comunicarla. Paz a esta casa, dicen los discípulos, y su palabra eficaz transmite la paz verdadera. El cristiano es pacífico y pacificador, siempre en misión de construir paz. Pero no una paz ingenua y barata, sino la que brota de la justicia y asume el nombre de solidaridad, desarrollo equitativo para todos, nuevo orden social…
La misión a la que Jesús envía, es consecuencia del bautismo. Exige una identificación personal con su estilo de vida. Sin la puesta en práctica de sus enseñanzas no se puede ser seguidores suyos y colaboradores de su misión. 

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