viernes, 9 de diciembre de 2016

Se parecen a los niños que se sientan en la plaza (Mt 11, 16-19)

P. Carlos Cardó, SJ

James Tissot, Jésus et le petit enfant, Museo de Brooklyn

En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: ‘Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado’. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: `Tiene un demonio’. Viene el Hijo del hombre, y dicen: `Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir’. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".
Jesús reprende a sus interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les ha parecido duro, intransigente, y lo han considerado un loco, un endemoniado; el lenguaje de Jesús, en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo consideran blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer de los demás.
Probablemente Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en representar con música de flauta las bodas y el duelo; si la música era festiva, de bodas, había que danzar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan. Hacen lo contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y la razón es que han endurecido su corazón.
Vino Juan con su porte austero y su mensaje de justicia y penitencia, pero lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen el mensaje de amor que Dios les transmite por medio de Jesús, y exigen un Dios severo y exigente. El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Y lo peor de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer fiesta por el amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de publicanos y pecadores.
Pero la sabiduría ha quedado avalada por sus obras. Con estas palabras Jesús invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. El triunfo del amor salvador de Dios se realiza en todos aquellos que siguen sus enseñanzas: tanto si les hablan de penitencia y conversión, como si les hablan de la alegría del perdón.
- ¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto?
- Bodas y duelo, alegría y tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4). No todo puede ser pena y remordimiento; ni todo, fiesta y diversión. Se exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar o dominar las propias tendencias.
- No siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran.

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