domingo, 11 de diciembre de 2016

Homilía 3º Domingo de Adviento – «¿Eres tú el que ha de venir?» (Mt 11, 2-11)

P. Carlos Cardó, SJ

El tercer domingo de adviento es conocido como el domingo de la alegría, por la invitación que se hace al inicio de la liturgia con las palabras de Pablo: Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres…El Señor está cerca (Flp 4,4).
La razón de estar alegres es la cercanía del Señor. Esto quiere decir que la alegría cristiana no es el simple sentimiento de optimismo que nace de la naturaleza humana, sino la certeza de que en el encuentro personal con el Señor uno es liberado de todo aquello que puede recortar el gusto por vivir y es afianzado en la confianza de que Dios, fuente de toda alegría, está con nosotros y no nos abandona nunca. “La alegría del Evangelio –dice el Papa Francisco– llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium, n.1).
La alegría cristiana es hija de la esperanza que no defrauda. Por eso, el tiempo del adviento despliega ante nuestros ojos el anhelo universal de los pueblos a la paz, que es felicidad y prosperidad para todos, tal como los profetas de Israel la describieron y la anunciaron para el tiempo de la venida del Mesías. Que en sus días florezca la justicia y la paz dure eternamente (Sal 72,7).
Isaías destaca como el profeta de la esperanza y del consuelo. No es un visionario ni un ideólogo, sino un hombre realista que sufre por la crisis que vive su pueblo y comprende que no bastan los esfuerzos humanos para que la situación cambie, sino que se debe poner la confianza en el poder providente de Dios. La ruina en que ha caído Israel, con gran parte de su población desterrada en Babilonia, invadido el país y destruida Jerusalén, aparece ante sus ojos como una gran desolación sólo semejante a un árido desierto, del que nada se puede esperar. Sin embargo, la fe del profeta le hace descubrir un nuevo amanecer: la fuerza de Dios desplegará su poder y saltarán de alegría el desierto y la tierra reseca, la llanura se llenará de flores…, y dará gritos de alegría.
Algunos contemporáneos del profeta vivieron el júbilo de la vuelta a la patria: fue como un nuevo éxodo de Israel. Sin embargo, con el tiempo comprobarían que la realización definitiva de la esperanza, anunciada por el profeta, no se había logrado todavía y había que seguir esperando. De una forma o de otra, todos los pueblos han vivido esta experiencia de ver ya cumplidos sus anhelos pero todavía no en la plenitud a la que su esperanza apunta.
Por lo demás, desiertos como los pintados por Isaías existen hoy por todo el mundo. ¿Cuántos enfermos crónicos, personas desocupadas, emigrantes lejos de su patria, pobladores de barrios de miseria, no se sienten incapaces de salir del desierto en que sobreviven apenas? Por eso tienen actualidad las palabras de Isaías: ¡Ánimo, no teman!,…miren a su Dios que ya viene en persona a salvarlos. Una mirada en fe como la del profeta hace ver la acción de la gracia divina y hace posible la confianza.
En la segunda lectura, el apóstol Santiago habla de la “paciencia” con que se ha de vivir la espera de la venida del Señor. El ejemplo que pone es el del labrador que espera el fruto precioso de la tierra, aguardando con paciencia las lluvias que lo harán posible. Así también los cristianos han de vivir su fe con constancia y fortaleza en medio de las adversidades y sufrimientos, porque la venida del Señor está próxima.
En el evangelio volvemos a ver a Juan Bautista, otro de los personajes centrales del adviento. Juan desde la cárcel envía a sus discípulos a preguntarle a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir? Jesús responde remitiendo a las obras que hace en favor de los pobres, enfermos y pecadores. Siempre reconocemos al Señor por lo que hace por nosotros.
Las obras que Jesús realiza hacen ver que no es el mesías que muchos esperaban, cargado de poder temporal y de fuerza guerrera, sino el mesías anunciado por Isaías en sus cánticos sobre el Siervo de Yahvé: es decir, un mesías cargado de humanidad, en quien se revela Dios como padre de todos, protector de los pequeños y los débiles.
Isaías había dicho del tiempo del Mesías: Entonces se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo oirán, saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo cantará.
Jesús Mesías manda decir a Juan: Vayan y díganle a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios… En la respuesta de Jesús vemos la realización de las aspiraciones humanas, Él es nuestra esperanza. Esto es lo que hace en nosotros y lo que quiere realizar, por medio de nosotros, en el mundo.
Ya está cerca la Navidad. Abramos el corazón y la mente a Dios y a su Hijo que viene a demostrarnos cuánto ama Dios al mundo. Con María, que sostiene y guía nuestra esperanza, nos preparamos. Expresamos el deseo de ser en verdad “Servidores del Evangelio de Cristo para la esperanza del mundo”.

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