lunes, 5 de diciembre de 2016

«El Paralítico» (Lc 5, |17-26)

P. Carlos Cardó, SJ
Un día Jesús estaba enseñando y estaban también sentados ahí algunos fariseos y doctores de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, de Judea y de Jerusalén. El poder del Señor estaba con Él para que hiciera curaciones. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de entrar, para colocarlo delante de Él; pero como no encontraban por dónde meterlo a causa de la muchedumbre, subieron al techo y por entre las tejas lo descolgaron en la camilla y se lo pusieron delante a Jesús. Cuando El vio la fe de aquellos hombres, dijo al paralítico: "Amigo mío, se te perdonan tus pecados".
Entonces los escribas y fariseos comenzaron a pensar: "¿Quién es este individuo que así blasfema? ¿Quién, sino sólo Dios, puede perdonar los pecados?". Jesús, conociendo sus pensamientos, les replicó: "¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil decir: ‘Se te perdonan tus pecados’ o ‘Levántate y anda’? Pues para que vean que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados —dijo entonces al paralítico: Yo te lo mando: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa". El paralítico se levantó inmediatamente, en presencia de todos, tomó la camilla donde había estado tendido y se fue a su casa glorificando a Dios. Todos quedaron atónitos y daban gloria a Dios, y llenos de temor, decían: "Hoy hemos visto maravillas".
El pasaje del paralítico perdonado y curado pone de manifiesto que liberación del pecado y liberación de males temporales (como la enfermedad, el hambre, la ignorancia) van siempre unidas en la intención y obra de Jesús. De igual manera, la Iglesia, comunidad de los que siguen a Jesucristo, continúa realizando esas mismas acciones en favor de la vida humana y, unida a hombres y mujeres de buena voluntad, lucha contra aquello que prive a las personas de posibilidades para una vida digna. Todo esto forma parte del anuncio y realización del evangelio, que es tarea de la Iglesia y de los cristianos.
Jesús está enseñando en una casa en la que se ha reunido gran cantidad de gente. Unos fariseos y doctores de la ley están allí, sentados en primera fila, observándolo para ver si encuentran algo de qué acusarlo. Jesús no discute con ellos. Su mente está fija en las necesidades de la pobre gente que lo rodea y quiere hacer algo por ellos. Traen a un paralítico en su camilla. Pero no pueden acercarlo a Jesús a causa del gentío. Entonces, los amigos que lo han traído elaboran rápidamente una estratagema: abren un boquete en el techo y hacen descender por allí al enfermo hasta los pies de Jesús.
Este hecho nos despierta una pregunta: ¿qué podemos hacer para que los pobres y necesitados se sientan cerca de Dios? A la vez, la actuación de esos buenos amigos del paralítico nos puede hacer recordar: ¿quiénes fueron esas personas buenas que nos ayudaron cuando estuvimos pasando un mal momento?
El paralítico ha llegado hasta donde podía llegar con la ayuda de los otros. Ahora todo depende de Jesús. Pero Dios no responde mecánicamente a lo que uno quiere. Quizá hay necesidades más profundas... Eso es lo que ve Jesús en el enfermo. Por eso, “viendo la fe de ellos, dijo al paralítico: Tus pecados quedan perdonados...”. Y ocurre el milagro, el más importante, que en la lógica de Jesús corresponde a “lo más difícil”: el perdón, la regeneración de la persona para una vida nueva por el encuentro con el Hijo de Dios, que trae la salvación.
Los fariseos saben bien que sólo Dios puede perdonar pecados (Is 43). Pero se quedan en el saber, no dan el paso a la fe, no se ponen bajo el influjo de Jesús para que se cumpla en ellos lo prometido: “Esta es la alianza que haré con la casa de Israel después de esos días… Pondré mi ley en su interior y la escribiré en sus corazones..., porque yo perdonaré sus iniquidades y no me acordaré ya de su pecado” (Jr 31, 34).
La curación física que vendrá después, será la garantía visible del poder de salvación que actúa en Jesús. La misericordia divina se ha encarnado en Jesús como una misericordia que perdona. Esta presencia salvadora de Dios trasciende las expectativas inmediatas del paralítico; confunde los esquemas de los expertos en Dios, pero permite que la gente intuya el verdadero proyecto de Dios a través del gesto –sobrio, sencillo– de la curación. Dios interviene para eliminar el mal hasta en las raíces subterráneas del pecado. “El paralítico cargó su camilla y se marchó a la vista de todos...”
Los milagros de Jesús no son como muchos piensan, únicamente una gracia concedida, ni meramente un hecho que la ciencia no logra explicar y que contradice las leyes de la naturaleza. Los milagros de Jesús son signos (así los llama el evangelio de Juan) que como las palabras comunican una idea, un significado: en Jesús obra la misericordia y el poder de Dios en favor de la vida humana, y se hace presente su  reino, que reordena el mundo y libera a las personas. “¡Levantate y anda!”, nos dice. Nos hace andar con dignidad, hace posible para cada uno un nuevo porvenir, un horizonte de realizaciones ilimitadas.

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